La smart city, esa gran promesa contemporánea para dar solución a las problemáticas de la ciudad, arrastra una trayectoria de contradicciones, que desemboca en un nuevo término heredero de conceptos arraigados en la sociedad del conocimiento: smartcitizens. Precisamente el reconocimiento de esta expresión hace patente la necesidad de revisar los impactos derivados de soluciones urbanas exclusivamente tecnológicas que dieron forma a las propuestas iniciales de las smart cities. Así, el concepto smartcitizens representa a las iniciativas fruto de la inteligencia colectiva que proyectan el camino hacia el cambio de la estructura socioeconómica de nuestras ciudades,basado en la capacidad de estar conectados, compartir información y ser proactivos con nuestro entorno.
Smart cities aquí, smart cities allí, smart cities everywhere. Desde hace unos años estamos siendo testigos del boom de las smart cities (‘ciudades inteligentes’), hasta el punto que parece que de la noche a la mañana todas las ciudades son smart1. De esta manera, la popularidad del término ha experimentado un crecimiento exponencial, eclipsando otras conceptualizaciones previas más integrales como la ‘ciudad sostenible’ 2, o aquellas otras que respondían de una manera más adecuada a la era en red y a las nuevas relaciones socioeconómicas derivadas de ella, como la ‘ciudad del conocimiento’ 3.
Si bien esta sobreexposición terminológica, para bien o para mal, ha calado profundamente en los foros profesionales e institucionales; en lo que a la ciudadanía respecta, no ha generado sino un enorme desapego, tal y como reconocía el entonces presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) y alcalde de Santander, y ahora ministro de Fomento, Iñigo de la Serna. Lo cual parece establecer un indicador claro sobre lo alejadas que están estas ciudades inteligentes de sus habitantes.
Para entender esta disruptiva realidad, deberíamos de preguntarnos por las causas y consecuencias del fenómeno de las ciudades inteligentes y, a partir de ahí, comenzar a construir (o recuperar) un marco conceptual urbano que realmente responda a las necesidades de la ciudadanía y esté dirigido hacia una mejora efectiva e integral del hábitat urbano.
Mucho ruido y pocas nueces
Aunque la sociedad de la información contemporánea ha sido la responsable de la emergencia del concepto smart city, no ha sido hasta que las grandes empresas tecnológicas (IBM, CISCO, Siemens, etc.) fijaron su interés (y estrategias mercadotécnicas) en él, cuando el término comenzó a fraguar su hegemonía 4. De esta manera, en 2010, diversos y prestigiosos medios internacionales (Time, The Guardian, The Times, Financial Times, etc.) comienzan a hacerse eco de esta nueva ola de las ciudades inteligentes, dedicándole reportajes, número especiales o hasta secciones completas. Paralelamente comenzó programarse toda una miríada de eventos y congresos relacionados con el tema en todo el mundo, copando y condicionando las agendas profesionales e institucionales. Lo cual ha producido que el tema de las ciudades inteligentes se haya convertido en el principal punto del debate urbano.
Pero, lejos de que toda esta campaña de visibilización sirviera para arrojar algo de luz sobre de qué manera las smart cities permitían avanzar respecto algunas bases teóricas previas, no ha hecho sino generar confusión y suspicacias. Así, este discurso inicial hacía referencia exclusivamente a la implantación de nuevas tecnologías en la ciudad, sin llegar a demostrar cómo la utopía de la ciudad tecno-inteligente mejoraba la calidad de vida en las ciudades y qué beneficios generaba a la ciudadanía. De este modo, la apología tecnófila promovida por las multinacionales no hacía sino desatender, aunque no de modo evidente, premisas internacionalmente aceptadas 5, y obviaba que la tecnología por la tecnología contradice los principios de sostenibilidad y avanza poco en la construcción de la sociedad del conocimiento, más allá de generar parte de su infraestructura.
No obstante, podemos decir que recientemente la smart city ha comenzado a revisar su exclusiva vocación tecnológica. Por ejemplo, ya se ha identificado la escasa utilidad de algunos servicios, como las redes eléctricas inteligentes (smart grids), si estas no incluyen al ciudadano en su formulación. Lo cual, en un escenario como el del Estado español, cuyo gobierno insiste en penalizar el autoconsumo de energía (llamado ‘impuesto al Sol’), hace que cualquier esfuerzo en esta dirección resulte inútil. Sin embargo, esta acepción también está llevando a la polémica, pues son mayoría las empresas proveedoras de servicios que apuestan por la ciudadanía solo como cliente de las prestaciones que pueden llegar a ofrecer las ciudades inteligentes. Aún en los casos más favorables, dentro de los diferentes estadios de generación, gestión y uso de la información, se pretende excluir al ciudadano del segundo; ya que es ahí donde se localiza el modelo de negocio que han impulsado las grandes empresas.
Esta concepción reduce de nuevo el potencial que visualiza la sociedad del conocimiento, las lógicas abiertas y distribuidas de la era red, generando una estructura jerárquica y cerrada al posicionar al ciudadano como usuario y consumidor, en vez de como copartícipe en la transformación de su entorno.
Abrir la smart city a la ciudadanía
Como era de esperar, esta invasión de la smart city no ha estado exenta de polémica, lo que ha conducido al reclamo de un nuevo término enraizado en ella y dirigido establecer un necesario contrapunto a su lógica corporativista. Nos referimos al concepto smartcitizens. Este nuevo sujeto urbano está logrando colarse en la vorágine de las ciudades inteligentes, otorgando peso específico al papel de la ciudadanía activa como elemento fundamental de la sociedad del conocimiento y como vertebrador de las nuevas políticas urbanas.
El término smartcitizens entiende que hablar de ciudades y ciudadanía inteligente no solo pasa por fomentar el mejor control, uso y eficiencia de las infraestructuras; sino que también debe democratizar la información en sus diversas acepciones y escalas (open data, open city, open government), para aumentar el conocimiento e implicación ciudadana, ya que ambos en su conjunto permitirán mejorar nuestro hábitat y nuestra calidad de vida.
Así, la noción de smartcitizens que comienza a contar con mayor aceptación es aquella que quiere situar a la ciudadanía en el centro de la reflexión sobre la ciudad inteligente, reivindicando la máxima que establece que no hay ciudades inteligentes sin ciudadanos y ciudadanas inteligentes. Ante las lógicas privativas impuestas desde los poderes económicos, la ciudadanía inteligente conectada en red está generando nuevas prácticas e imaginarios que articulan una (necesaria) revisión de la smart city. Una reformulación que encuentra su razón de ser en la cooperación entre los distintos agentes que operan sobre el territorio (sociedad civil, Administración pública, entidades científicas y académicas, agentes económicos), y en el intercambio de conocimiento su seña de identidad. Y es precisamente en este punto donde la idea de smartcitizens conecta con la del movimiento del software libre: compartir y colaborar para aumentar eficiencia de los procesos, desatar el poder de la inteligencia colectiva para alcanzar soluciones óptimas.
Ciudades inteligentes de código abierto
Desde luego, hoy en día los medios de los que disponemos para compartir información valiosa entre los distintos agentes y sectores de nuestra sociedad —y con ello transformarnos en ciudadanía inteligente, activa y partícipe— conforman el sustrato para el desarrollo de un modelo urbano más democrático, equitativo, sostenible e integral. Sin embargo, el esfuerzo que requiere la traducción de esta oportunidad en un hecho es todavía incipiente, y generalmente no existe un interés de llevarla a cabo por parte de las esferas de poder, cuando no directamente es coartado por ellas. Esto no significa que la inteligencia ciudadana y una redefinición de las smart cities no pueda ser promovida desde otros ámbitos.
Siguiendo la estela de las posibilidades que plantea Internet, la inteligencia ciudadana está brotando a través de iniciativas promovidas por innovadores tecnológicos que están facilitando al ciudadano acceder a información, tomar decisiones y organizarse colectivamente. De hecho, el software libre es una infalible fuente de herramientas, apps y soluciones tecnológicas que permiten este empoderamiento ciudadano. Tanto es así, que ya es posible hallar todo tipo de tecnología de código abierto en toda la cadena de valor de las smart cities 6: desde el Internet de las cosas (sensores, hardware, software, tecnología RFID), hasta el Big Data (almacenamiento y proceso de datos complejos a gran escala), pasando por todo tipo de aplicaciones7.
Pero más allá de esta visión altamente tecnificada de las smart cities y de la ciudadanía inteligente ultraconectada, lo que desde el concepto smartcitizens también se reivindica es la necesaria revisión de la conceptualización que hacemos de tecnología dirigida a construir ciudad. Y aquí la inteligencia de la tecnología no se mide en la sofisticación de la técnica que la genera, sino por su capacidad para generar comunidad, tejer red y establecer canales de transferencia de saberes que promuevan la autonomía social. De nuevo, se produce un quiebro en el discurso dominante, ya que desde esta óptica un huerto urbano es tan inteligente o más que un smartphone.
En definitiva, lo que la figura smartcitizens reivindica es que la tecnología urbana más eficiente es aquella que nace desde la inteligencia colectiva, ayuda a generar comunidad, establece cauces de apropiación ciudadana, es replicable, es eficiente y tiene como objeto resolver las necesidades reales de la sociedad civil. Las y los smartcitizens revelan que el futuro de las ciudades está en nuestras manos, en las de la ciudadanía inteligente y colaborativa.
Este artículo es una versión revisada y adaptada de «De la smartcity a las smartcitizens», publicado originalmente en el blog del CCCB Lab.
- Por ejemplo, la Red de Ciudades Inteligentes (RECI), creada en 2012 a través de media docena de ayuntamientos socios, ya cuenta con 41 ciudades asociadas, una cantidad que crece constantemente.
- Sobre la integralidad del modelo urbanístico de la ciudad sostenible, por la Agencia de Ecología Urbana, lee este enlace.
- “[La ciudad del conocimiento] Es un territorio geográfico en donde, conforme a un plan y una estrategia general asumido conjuntamente por la sociedad y el gobierno, sus actores tienen el propósito común de construir una economía basada en el desarrollo del conocimiento”. José Natividad González Parás
- Sobre el origen de las smart cities, este documento de Manu Fernández (@manufernandez).
- La consultora Gartner en su Hype Cycle for Smart City Technologies and Solutions define la smart city como “una zona urbanizada donde múltiples sectores públicos y privados cooperan para lograr resultados sostenibles a través del análisis de la información contextual intercambiada entre ellos. La interacción de la información procedente de sectores específicos y la que fluye entre diferentes sectores da como resultado ciudades más eficientes desde el punto de vista de los recursos, lo cual permite la provisión de servicios más sostenibles y más transferencia de conocimientos entre los sectore”.
- La cadena de valor tecnológica de las smart cities ha sido definida, entre otros, por la Fundación Telefónica en su estudio Smart Cities: Un primer paso hacia la Internet de las cosas. Disponible en este PDF.
- El Observatorio Nacional de Software de Fuentes Abiertas del CENATIC realiza una interesante recopilación tecnología de código abierto aplicada a las smart cities: ‘Open Smart Cities I: La Internet de las Cosas de Código Abierto’.